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19 abril, 2024

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Por Jesús Delgado Guerrero

9:08 horas
De acuerdo con las “inocentes” pero agudas visiones infantiles encarnadas en ese personaje conocido como “Mafalda”, al descubrir la forma de la tierra y verse “cabeza abajo”, sugirió que eso explicaba por qué a los países subdesarrollados se les habían “caído las ideas”.


También, el Norte y el Sur, así contemplados, no necesitaban de rigurosos detalles para que el orden mundial se expusiera mediante la narrativa del “arriba” y “abajo”, oriente y occidente, etc.
“¡Me revienta esto de tener al capitalismo por un lado y al comunismo por otro! ¡Uno se siente sandwich”, resaltó la niña intelectual y rebelde, al definir posturas ante la geografía política de los extremos.
Por ello las denuncias de los abusos y excesos de uno y otro bandos formaron parte de las metáforas políticas de Mafalda, criatura del ingenio de Joaquín Salvador Lavado Tejón, mejor conocido como “Quino”, humorista gráfico e historietista argentino, recientemente fallecido.
Claro, los cuestionamientos fueron en su mayoría contra el imperialismo capitalista, aunque no faltaron “dardos” contra Fidel Castro (“Ese niño es antidemocrático”, además de “cretino”) e incluso contra los malos intérpretes de Marx, uno de esos renegados iniciales a “tomar la sopa” pues debido a ello supuestamente se quedaron “niñitos “para siempre”: “¡Qué tranquilidad reinaría en el mundo si Marx no hubiera tomado la sopa”, ironizó Mafalda sobre los defensores del status quo.
Con esa ironía característica de quien sabe que los malos modos y los pésimos gobiernos no son propiedad exclusiva de un sistema político en particular, y de que todo intento de convergencia suele ser engullido como un emparedado por engendros que terminan siempre por devorarse a sí mismos, con Mafalda se podría afirmar que la abolición de los fundamentalismos políticos y económicos ha resultado tan utópica como su permanente exigencia por suprimir la sopa.
Pero algo se avanzará y se ganará siempre con los denominados “espíritus contradictorios”, es decir, “rebeldes” (del tipo Mafalda), que a punta de humor y sarcasmo bien pueden servir para abanderar cualquier tipo de causas (anticapitalistas, anticomunistas, antisocialistas, feministas, anti-todo, etc., como ha sucedido con el citado personaje), incluso las que se consideran perdidas de antemano, como es el caso de los extremismos referidos.
Como la “Pequeña terrible que con candor sometió a juicio los conflictos del hombre y puso en el banquillo a los sistemas”, según la definición de Mafalda por parte de un diario nacional, de lo que se trataría entonces es de realizar un amplio recorrido por más de medio siglo de infortunios en la vida pública nacional, revisando todo, de manera que las duras lecciones contenidas no queden únicamente para el recuento de anécdotas o líneas incoloras de libros de texto.
Esto va más allá de “consultas populares” y otros embustes democráticos y supone un verdadero ajuste con el pasado, procurando siempre un diagnóstico certero que permita proyectar estadios mejores.
En todo esto y tal como supuso la voluntad transgresora y contestataria de la “Enfant terrible”, no se trata sólo de exorcizar el malestar provocado por el surrealismo personal o de grupos, sino de enfrentar y resolver duras realidades: desigualdad, pobreza, injusticia y violencia (al final, resulta que el ejercicio del gobierno es complicado porque se ignora que “todos los habitantes son padres o hijos de alguien, y eso es todo”).

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