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24 abril, 2024

Lorenzo Delfín Ruiz

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La teoría de que el crimen perfecto no existe, porque a partir de que es conocido deja de ser perfecto, por analogía puede ser aplicable a los tramposos que dejan de ser tales cuando son descubiertos; al menos, son malos tramposos… y hasta criminales si la falta lo amerita.
El presunto desliz en que una investigación periodística dirigida por Carmen Aristegui implica a Enrique Peña Nieto en la copia de textos que incluyó en su tesis profesional sin haber citado su origen, puede sorprender más por su calidad de primer mandatario, pero en su descargo sobran quienes antepongan que de fusiladas de ese tamaño, y peores aún, habrá bibliotecas tan repletas como de falsos profesionistas están retacadas áreas gubernamentales y empresariales.
Eso no representa ningún alivio, pero refuerza con abundancia la otra teoría de que para hacer trampas se miente y que quien miente una vez, miente dos veces… y de ahí hasta el infinito y más allá.
Explica al mismo tiempo una de las causas de por qué como sociedad cavamos como enajenados el hoyo de la descomposición y por qué nos hemos dificultado la posibilidad de embarrarnos de ese elemento llamado confianza que tanto examina la sociología y sobre el cual –se supone- están fincados los liderazgos.
Las condiciones de dureza en que se desarrollan las sociedades “modernas” no son exclusivas de la mexicana; es frecuente que el engañar, en forma de plagio o mentira deliberada, es detonante de confrontaciones de toda índole. Lo demoledor es que aquí se exige la aceptación y tolerancia para falsear o ser embustero ya como manifestación cultural. La “justificación” iría por el mismo camino: si el abogado tal o cual miente y engaña, ¿qué se puede esperar de la prole?
Fuera de las expresiones moralinas y de burla excesiva que ha despertado el tema del probable plagio de textos de distintos autores, incluidos el ex presidente Miguel de la Madrid y el historiador Enrique Krauze, muestra muchos rastros de ser verdadero porque la respuesta oficial de que fue una cuestión de estilo na´ más no convence.
En realidad, se abrió otra puerta para el debate en el sentido de si el ahora Presidente de la República cuando fue estudiante mintió o dio gato por liebre en su tesis para cubrir el requisito indispensable que le permitiera titularse como abogado, mientras desde Los Pinos se induce a creer que el “pecado” que despertó el mitote fue na´ más un problema de estilo, pero ¿en una tercera parte de su tesis, como revela la investigación periodística?
Esta semejanza es aplicable a los embusteros (sin que necesariamente Peña Nieto lo haya sido en ese caso; pudo ser que sólo omitió requisitos) que creen cometer “su crimen perfecto”. Los embusteros por antonomasia no dejan de mentirse a sí mismos cuando insisten en convencerse de que jamás podrán ser descubiertos. Es probable que pasen desapercibidos, pero ¿es posible cuando dejan huellas?
Hay personajes que alcanzaron rangos de celebridad por sus chapucerías. Y murieron creyendo en su “genialidad”, lo que da lugar a otra consideración: los “criminales perfectos no existen… porque están muertos”.
El caso es justamente adaptable al geólogo inglés Charles Dawson quien desde 1912 y hasta 1953 engañó a la comunidad científica internacional mostrándole el cráneo de una criatura entre hombre y mono al que le colgó el crédito de ser el del “eslabón perdido” que Darwin aludía en su obra “El origen de las especies”.
La engañifa consistió en el armado de una mandíbula de simio en un cráneo humano, cosa que se descubrió 37 años después de que Dawson había muerto.
Una simple tesis profesional probablemente copiada, comparada con la treta del geólogo inglés, puede tener repercusiones irreparables, como irreparable puede ser la pérdida de la confianza porque de ella se deriva la seguridad en una persona… para lo cual ni siquiera se necesita ser abogado.

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