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24 abril, 2024

Por Jesús Delgado Guerrero

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Semana de “exuberante irracionalidad” o, si se prefiere, de desquiciada especulación financiera, los hombres encargados de dar respuesta a la fiebre por el dinero fácil buscan convencerse a sí mismos de que todo es un efímero cuento de terror del cual todo mundo despertará aliviado.
Las machincuepas políticas y otras prestidigitaciones no alcanzan para ocultar el tiradero que este nuevo episodio está dejando, pero algo se tiene que hacer, aunque esto no sea más que parte de un ensayado rito.
“¿Cree usted que ha creado algo? Causa efecto, eso es todo”. Esa fue la respuesta lacónica que recibió un alumno de arquitectura que, orgulloso, creyó que podría impresionar a su profesor con uno de sus trabajos. El discípulo tuvo que admitir que su mentor “seguía con ambos pies firmemente anclados en lo sólido y artesanal”.
Ese maestro solía decir que “lo decisivo es el mínimo ornamento”, pero los dirigentes financieros, pasmados por los acontecimientos, han apelado justo a la parafernalia evitando lo mínimo, eso que no requiere de grandes fastos ni cumbres para comenzar a dar certidumbre, ahí donde la teología se ha impuesto como verdad revelada para situaciones protagonizadas por seres reales y vivos.
Así ha sido desde el 2008; es decir, a casi siete años de la bárbara estafa especuladora con las hipotecas Subprime, frente a la cual los cabilderos de las grandes firmas financieras han hecho de todo para bloquear cualquier intento de establecer controles. Y así fue antes también, a pesar de las grandes lecciones de la historia.
La responsabilidad del caos ahora es, según se dice, de los chinos, acusados de todo, incluso de “piratearse” el nombre de la Goldman Sachs, blanco del humor negro de John K. Galbraith y su “In Goldman, Sachs We Trust”” (parodia del “Confiamos en Dios” impreso en billetes de los Estados Unidos) tras el Crac de 1929.
“Nada más sospechoso que un capitalismo comunista urgido por mantener su crecimiento”, dirían incluso las reminiscencias de la paranoia estalinista o hitleriana.
Antes fueron los griegos, y más atrás otros, y también la actitud calculadora de la Fed de Estados Unidos por aguantar elevar su tasa de interés y así, cada cual busca responsables, procurando golpes de efecto sin ir al origen, sin aludirlo porque sería tanto como blasfemar y ser llamado un “apóstata”, un hereje de la doctrina.
Ante ello, en nuestro caso lo mejor es “cambiar para conservar”, según el clásico reyesheroliano, y apelar a lanzaderas y mostrar un optimismo forzado: esta volatilidad especuladora nos hace lo que viento a Juárez y no sólo eso: nos va a ir de perlas.
Pero la a propaganda, como se sabe, tiene caducidad.
(El profesor del “mínimo ornamento” se llamó Heinrich Tessenow, y el alumno que contó el pasaje, Albert Speer, escenógrafo -arquitecto- de días infaustos para Alemania)

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