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18 abril, 2024

pobreza3Por Jesús Delgado Guerrero

Hubo un tiempo en que el fenómeno de la pobreza fue visto como una calamidad y hasta “un mal cliente”; incluso, no faltó el moralista que viera en las causas el envilecimiento de gran parte del ser humano.

Esto sucedía durante el desarrollo de una ciencia social sobre la que, desde sus albores, se ha restallado el látigo de los hechos para despellejar el optimismo indocumentado.

Hoy, para suerte de millones de menesterosos en el mundo y, según preocupados estudiosos, más de la mitad de personas en nuestro país (que también son muchos millones), la indigencia nada tiene que ver con la desdicha sino que se muestra como el rostro feliz de una ruta correctamente trazada; ya no es el signo de un parroquiano infame sino el de una grandiosa oportunidad de negocio y, por supuesto, ya no es motivo de deshonra sino de enaltecimiento.

Ante ello, en un arrebato de radicalismo cursi y sólo para hacer resucitar de manera efímera al opositor indomable de épocas idas, se pensaría que la pobreza es “un archivo a disposición de los dientes de las ratas de la reforma”, según la definición mordaz de Ambrose Bierce en su Diccionario del Diablo.

Luego de más de tres décadas de un reformismo intenso y su producción de pobres, que suma y sigue (2 millones más, y seguirá), no faltaría el trasnochado que reforzaría y culparía a Pancho Villa de la muerte de Bierce, nada más por el afán de mostrarse patriota o por tomar venganza de esos desplantes humorísticos del periodista y escritor estadounidense.

Pero lo que hasta la ingenuidad no pasa por alto es el hecho de que la doctrina reformista nunca ha atendido otras necesidades que las de las familias dueñas de este país, así como las de sus socios en el extranjero.

En eso ha consistido cada paquete que el legislativo, que también hace las veces de ejecutivo e incluso hasta de judicial, es decir, la clase política en su conjunto, ha venido aprobando a lo largo de más de 33 años, esto en nombre de las causas de los demás y sólo por no ir en contra de la demagogia de moda.

Por eso nadie debe asombrarse que, frente a la miseria de millones, se afirme que el rumbo es el correcto y que así va a seguir (esto, en vez de una amenaza, es anticipar el resultado natural de un modelo económico y político que, sin ese saldo, nada tendría que ofrecer, sus banderas morirían y se perdería la oportunidad histórica de mostrar un capitalismo neoliberal filantrópico y hasta compasivo)

Es la victoria moral y física que omite la propaganda, quizás por falta de vanidad, aunque tímidamente asoma en la cantaleta reformista: “gracias a las reformas, esto; gracias a las reformas, aquello”, etc., con lo cual se aprueba y se impulsa lo que se dice combatir: la pobreza.

Al final, los hechos respaldan la descripción simplificada de una verdad incontestable: entre más oleadas de prosperidad, más excluidos.

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